martes, 20 de noviembre de 2012

Despedidas infinitas

Siempre le he temido a las despedidas definitivas. Imaginarme estar al minuto siguiente sin la seguridad del minuto pretérito, me aterra. Saber que hay un último beso, una última noche bajo las sábanas frías, que podría ser esta. Entonces extiendo el final, lo extiendo como si quisiera hacer de un punto negro una línea de regaliz recta con destino incierto. Invento estrategias, me vuelvo a enamorar, cada vez por menos tiempo. Hago planes a futuro. Me siento cobarde. Me siento embustera. Me siento responsable. Y pienso una vez más en El Principito, soy responsable de mi rosa, soy responsable para siempre de lo que he domesticado.

Volver a casa

Retornar es dar la vuelta, caminar en reversa;
y recorrer los caminos hacia atrás a mí no me interesa.

Volver, regresar; caminar una vez más el pasillo y quitarme los zapatos.
Acariciar a la gata,
saludar a la hermana que raras veces figura en el paisaje del apartamento.
Sentirme en casa ¿Sentirme en casa?

Creo que volví haciendo el camino hacia adelante, en espiral.
Para llegar desde otro lugar al mismo sitio.
Para recorrer diferente el camino andado,
y no hacia atrás ni de nuevo, sino nueva.

Llegué desde otra puerta a un lugar conocido y con otros ojos.
¿Pero a mi casa? A casa llegué cuando en uno de esos abrazos
culposos y deseantes, me besaste.