viernes, 29 de junio de 2012

RAQUEL

Nadie sabe si tus pequeños huesos de marfil
todavía descansarán fríos en el oscuro nicho, 
a la par de abuela Moncha, 
la que nunca conociste...

Tendrás que perdonarme 
por la imposibilidad de contar tu historia.
Por no poder describir el color de tus ojos,
el tono de tu piel,
la textura de tu cabello.
                                   
No podría saber, 
excepto por esa placa en el cementerio
y esa vieja foto desteñida, 
que un día exististe.

No podría si no fuera por el recuerdo de ella,
la madre que nos parió,
o al menos a vos,
que tu hermana y yo
fuimos cesárea.

Pero el caso es que lo sé, 
sé que viviste 
e incluso a veces lo recuerdo, Raquel.

Y he llegado a preguntarme
¿Qué sería de vos si no hubieras exhalado por última vez aquel 8 de marzo?
Parece mentira que 25 años después venga a enterarme de la fecha de tu muerte,
porque de eso no se habla ¿sabés?
de ese día no se habla.

Más en cambio, cada año,
tu madre, que es la misma que la mía,
nos recuerda tu cumpleaños,
25 de febrero.

Y no sabría decirte
si moriste para ella o seguís viva.
Ni aún el grabado de la lápida abandonada,
que nadie visitó nunca,
ni aún tu madre,
ni yo, ni nuestra hermana.

Nunca te visitamos, Raquel.
Dicen que ya no estás ahí, 
que son solo tus restos.
¿Por dónde andarás ahora?
En el país de los muertos,
en la ciudad de los ñatos,
decía la abuela.

¿Y para mí?
Solo tus huesos frágiles, diminutos,
solo tu ausencia en todas las fotografías,
solo ese sitio vacío en las fiestas,
la pareja que nunca tuviste
y esa placa grabada que nunca he leido,
marcan tu muerte.

Fue tan prematura tu despedida,
tan repentina,
que tu vida no se escribió en mi memoria.
Pero no me cabe la menor duda,
que no vivirás en este poema,
que el recuerdo que nunca tuve de vos
no morirá tampoco,
como moriste vos,
Raquel.