martes, 24 de julio de 2012

Ella

Me dijo que dejara de llorar,
luego yo también me hice la pregunta,
¿Quién puede decirme que hago mal?

Si la redondez de sus pechos 
llena perfectamente
el cóncavo arco de mis palmas inquietas.

Si su respiración tibia en mi cuello
derrumba las paredes que entorpecen el pensamiento.
Y mi mente, liberada de rincones,
viaja al húmedo país del deseo.

Y después, cuando se ha ido,
la sensación de sus pezones
permanece clavada en mis palmas,
como estigmas de Afrodita.

Y se me deshace el sexo en lágrimas,
lágrimas de agua bendita.

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